«La timidez de los árboles es la escritura de un mundo. […] Los personajes del libro son a la vez figuras reales y virtuales, materia y reflejo, movimiento del lenguaje en torno a centros , a núcleos de misterio desarrollados con la sabiduría del dolor y a la vez (otro oxímoron) de la cercana sombra de eso que llaman “felicidad”: una palabra que, a veces, cuesta la vida».

Rafael Courtoisie


«Posiblemente “la timidez de los árboles” consiste en que no delatan cómo maduran sus frutos, cómo sube por ellos la savia sin mayores estímulos, cómo cantan por el pico de un pájaro la celebración de un nuevo día. Algo de esa timidez del árbol, de ese no contarnos a cuatro vientos sus secretos, de esa discreción que tiene un ser maravilloso y de naturaleza superior al hombre nos queda en la memoria. Nos queda su maestrazgo silencioso y el espejo ramificado de su sombra. Una lección de su linaje, sin arrogancias ni genealogías».

Juan Manuel Roca


«Carolina nos lleva de la mano a través de su mundo y nos descubre nuestro propio mundo, nos interroga, nos sacude, nos inquieta en lo profundo: “Como estas palabras que aún no/ son pero quieren/ la suavidad del vino en la boca”. Ser mujer, ser poeta, ser conceptual y sencilla a la vez en la palabra, son desafíos que muy pocas veces se logran sortear con éxito, en el caso de Carolina Zamudio puedo decir que su ser femenino suma a sus versos sensibles».

Léonie Sofía Garicoïts


«Zamudio teje versos como arañas, duelen las heridas y la muerte llega para desbaratarlo todo (…) La voz poética pide y añora. Recrimina y alaba a seres imaginarios. La noche es un personaje lírico que desaparece de la existencia pero que se hace carne, nervio y duele».

Augusto Rodríguez, Ecuador.


«Se trata de una música rara, desacostumbrada; pareciera incluso que los ritmos verbales se tropiezan; pero no, al adentrarse en esa música —muy original por cierto— se advierte una percepción sensible del dolor de ser, una mezcla de sonido y sentido, que recuerdan a ciertos poemas de César Vallejo o pasajes paradójicos de Olga Orozco».

Luis Fernando Macías, Colombia.


«Estamos ante una lírica que crece en su desarrollo por la riqueza de abordajes, así como por su imaginería; poesía que nombra lo que existe en un lenguaje que no riñe, las más de las veces, con lo tradicional ni desdeña lo simple; poesía que llega para conmover. Carolina Zamudio escribe sus poemas desde un lugar poderoso de intuitivo conocimiento. Deja que la realidad brille, la atraviese y la deslumbre, para así interpretar el mundo y expresarlo».

Jorge Paolantonio, Argentina.


«Carolina Zamudio parece haberse cruzado con las palabras de Víctor Hugo: ‘Abrumamos al abismo con preguntas. Nada más. En cuanto a las respuestas, están ahí, pero mezcladas con la sombra.’ (…) descubre la oscuridad que hay en el sol (paráfrasis de Olga Orozco), la oscuridad que ayuda a reconocerse, a conocerse completa, para regresar a la ensoñación del más acá, la vida que, como Jano, tiene dos rostros en uno. En una. En esta mujer que habla y canta y se despierta y a veces se asusta».

Víctor Redondo, Argentina.


«Es la escritura de un mundo. La afirmación es rotunda pues el libro edifica un ser textual hermoso, sin fisuras, que participa, sin lugar a dudas, de algunos de los procedimientos más sensibles de la construcción poética, pero que no hesita a la hora de echar mano a precisos recursos narrativos».

Rafael Courtoisie, Uruguay.


«El trabajo poético de Carolina Zamudio es denso, a veces impenetrable, elaborado; cada palabra tiene exactamente el sitio que le corresponde. Su poesía no es anecdótica ni facilista; por el contrario, se sumerge en mares insondables, tortuosos; y aun así leerla es una experiencia que se transforma en un gran goceestético e intelectual».

Berta Lucía Estrada, Colombia.


«Aclara el escenario natural de un verso disciplinado, íntegro, en una poesía que es conceptual, sin incompatibilidades con el entorno, sin transigencias con el argumento de las sobreofertas de la razón, porque en ella no cabe un tránsito diferente en el camino de su ejercicio literario. La sensibilidad se impone en la espesura clara de sus versos, que son de follaje abierto, como suele suceder en el Caribe, de modo que puede conducirnos hacia un callejón reconocible en la noche, poco antes del sueño, hasta el escenario de los juegos amatorios, del alimento al beso para una misma boca que espera».

Álvaro Suescún T.


«Este libro que fue escribiéndose en Buenos Aires, Abu Dabi, Ginebra y Barranquilla, no es una engañosa bitácora de viaje. Es decir, un libro para ayudarnos a conocer unas ciudades regalándonos un mapa de sus sitios, de sus gentes, de su historia. Esos puntos que el viajero vive y celebra para sí mismo y para los otros».

Miguel Iriarte Diazgranados